ORESTES “MINNIE” MIÑOSO EN MÉXICO

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ESTRELLAS DEL BÉISBOL
ORESTES “MINNIE” MIÑOSO EN MÉXICO
Por Héctor Barrios Fernández

Recuerdo bien a la Liga Norte de México que funcionó entre 1968 y 1971, con excepción de 1970, Horacio López Díaz era su Presidente.
Me son familiares los equipos que tomaban parte, como los “Tigres” de Ensenada, sucursal de los “Tigres” de la Cd. de México, “Águilas” de Mexicali, de los “Charros” de Jalisco, “Internacionales de Nogales, del “Águila” de Veracruz, “Algodoneros” de San Luis, “Rojos” de Caborca y “Tiburones” de Puerto Peñasco.
Recuerdo nombres como: Guillermo “Bachichas” Frayde, Benjamín “Papelero” Valenzuela, Jesús “Pulga” Robles, Alberto Joachín, Vicente Peralta, Alfredo Meza, Héctor Huerta, Carlos “Chaflán” López, Rómulo Muñoz, Jorge “Charolito” Orta, Francisco Barrios, Rodolfo “Rudy” Hernández, Mauro Ruiz, Felipe “Burro” Hernández, Ernesto “Natas” García, Sergio “África” González, Javier “Vitaminas” Espinoza, Claudio Solano, Francisco Alcaraz, Blas Mazón, Blas Arredondo, Jesús Sommers, Jesús Bustamante, Marco A. Manzo, Eleno Cuén y otros jugadores que ya habían sido estrellas de la pelota mexicana y otros que llegaron a ser, incluso de Grandes Ligas.
“Minnie” menciona en su libro “Sólo Llámame Minnie”, que por ese tiempo él y su hijo, Orestes Jr., jugaron para los Mineros de Cananea que con otras ciudades formaban la Liga Rookie y tuvieron actuaciones interligas con los antes mencionados. Lo que también nos cuenta es cómo fue que vino a dar al béisbol mexicano, veamos:
“Está bien Minnie, te lo diré”.
Eso fue lo que Al López me dijo después de que dejé en claro mis intenciones de reemplazar a Johnny Cooney como “coach” de los Medias Blancas. Nadie me dijo nada, me enteré por los periódicos que yo estaba despedido. No hubo llamada telefónica, ni de Al López ni de Eddie Short. Mi carrera de Grandes Ligas había terminado con un poco de propaganda en los periódicos. Lo que siguió fue uno de los momentos más oscuros de mi vida. Pensé que era parte de la Organización de los Medias Blancas, sabía que la Organización era parte de mí. De alguna forma estaba perdiendo un Padre. Me encontraba llorando por dentro, pero nunca se lo hice saber a nadie. La gente pensó que yo era muy fuerte. Nunca dije que estaba sangrando por dentro. De nuevo tuve experiencias parecidas de desesperación cuando en 1976 estaba como “coach” de primera base de los Medias Blancas. Mi matrimonio con Edelia estaba destrozándose. Cualquier hombre que ha experimentado ese dolor, sabe de la tensión y estrés que conllevan los asuntos legales. Solamente Bill Veeck y Mary-Frances sabían cuán destrozado me encontraba. De nuevo, nunca hice público nada, puse en práctica los viejos valores morales de los jugadores de béisbol. Lo que sucedía en el vestidor del equipo, allí de quedaba. De manera parecida, tu hogar es tu casa club y tú no llevas tus problemas personales al campo de juego. Por lo tanto continué con mis tareas como “coach” de primera base y platicando de cualquier cosa. Realmente sorprendí a Bill y a Mary-Frances, los dos querían saber cómo podía sostener una conversación en la caja de “coach,” sintiéndome tan mal por dentro. “Orestes,” me preguntó Bill Veeck, “¿cómo puedes hacer eso? Estás allí y haces tu trabajo como si fueras la persona más feliz en el equipo”. Después de mi despido de los Medias Blancas, continuamos viviendo en Chicago. Había sido olvidado rápidamente, a excepción de los aficionados. Por segunda vez pensé que el mundo terminaba para mí. Pero a diferencia de 1951, cuando Cleveland me cambió a Chicago, no hubo melodramas o formas heroicas para calmar mi dolor. El invierno estaba llegando y con cada copo de nieve y con cada grado que caía la temperatura, me sentía peor. Finalmente Edelia me dijo con franqueza que tarde o temprano, tendría que terminar con el béisbol, que debería hacer los ajustes necesarios. Desde 1962, estaba trabajando en relaciones públicas para una empresa de estampillas que otorgaban en los comercios y después podías canjear por productos. Esto me dio la oportunidad de regresar al mundo. Poco después de Navidad, hice un viaje a Denver por mi trabajo. Cuando regresé a casa, me sentí con mucha suerte de ser parte de este mundo. En el vuelo de regreso, nos encontramos con una fuerte tormenta de nieve haciendo difícil el aterrizaje. El avión se mantuvo dando vueltas y vueltas, pensé que todo había terminado y en las cosas que no debemos hacer cuando estamos en tierra. Cuando el avión finalmente aterrizó, yo estaba muy feliz y dije una oración. Repentinamente mis dolores me parecían pequeños. No fue la primera vez que experimenté angustia en el aire. En 1955 el equipo había tomado un vuelo de New York a Baltimore. El avión estaba en verdaderos problemas y todos nosotros teníamos mucho miedo. Estaba sentado con Virgil Trucks, Sandy Consuegra y Connie Johnson. Tenía una medalla que siempre colgaba de mi cuello, mi mamá me la había dado para la buena suerte. Sandy Consuegra me pidió que rezara por él. Sandy estaba muy preocupado por su esposa y sus hijos, entonces le dije: “Sandy, mejor recemos por nosotros. Ellos están seguros allá abajo, nosotros somos quienes estamos en problemas. Si el avión no aterriza, sus vidas seguirán, las nuestras habrán terminado”.
Cuando finalmente llegamos a Baltimore, Connie Johnson, Sandy y un lazador que se parecía a Nat King Cole, comenzaron a decir oraciones en todas direcciones. Al siguiente día el equipo tuvo una reunión, se nos dijo que nadie que no quisiera volar, podía usar otras formas de transporte. Consuegra, Virgil Trucks y yo, tomamos el ofrecimiento de corazón, los tres tomamos un largo y relajante viaje en tren hasta Kansas City. Sirvan el relato de estas historias para explicar cómo pude regresar a mí mismo y dejar de sentirme apenado por mi persona. Estaba con vida, había amado a mi esposa y a nuestra hermosa niña. En lugar de estar enojado, era tiempo de gozar de mi vida. Había recibido una llamada telefónica desde México. Venía de un caballero llamado Jesús Carmona quien era el gerente general de los Charros de Jalisco, equipo de la Liga Mexicana. Pero no he estado en condiciones de regresarle la llamada. Ahora después de mi desagradable episodio, estoy realmente contento de estar con vida. Me decidí a contactarlo y hablar con él y me preguntó si yo consideraría jugar béisbol en México para su equipo, el cual estaba asentado en Guadalajara. Me preguntó que si podría ir allá y ayudarlos. El dueño del equipo, Álvaro Lebrija, insistió que el club necesitaba un jugador con mis habilidades. Le pregunté que si cómo supo dónde encontrarme. Parece que mi viejo amigo y compañero, Jim Rivera, jugó para él y le dijo que yo estaba disponible, aún en forma y podría ayudarlos. Le dije que iría a Guadalajara, pero había unas condiciones adicionales, preguntas que insistí contestara. Primero pregunté que si podía usar mi viejo número, el número 9 en la espalda de mi uniforme. Me aseguró que eso estaba esperando por mí en Guadalajara. Le pregunté que si había algún pelotero cubano en el equipo que regresara a Cuba para jugar pelota en invierno. Esto no era una broma, era algo muy serio. No quería estar relacionado con ningún jugador latino que de alguna forma apoyara un Gobierno Comunista. En ese tiempo yo estaba muy disgustado. El gobierno de Castro había tomado cada pedacito de propiedad de lo que yo había sido dueño.
Empaqué mis ropas y manejé mi automóvil desde Chicago hasta Guadalajara. Me resistí a tremendas tormentas de nieve a lo largo del camino, pero llegué a salvo a Laredo, Texas. Llevé mi auto a aduana, tramité mi visa y proseguí hacia Guadalajara. Al mes siguiente, llegaron Edelia y mi hija Marylyn, también mi sobrina Marian. Tenía todo listo para ellas, incluido un nuevo apartamento en Guadalajara. Jugué para el equipo de los Charros de Jalisco en la Liga Mexicana por tres años. (La enciclopedia de Pedro Treto compila cinco)
Después me movieron a Orizaba para ser manejador y jugador a un nivel de Liga Menor. Los Charros representaban a todo el estado de Jalisco, aunque nuestro estadio estaba en Guadalajara, una hermosa ciudad con clima ideal. La Liga Mexicana estaba compuesta por ocho equipos y jugaba durante los meses de verano, de abril hasta agosto.

Había pelota de invierno en una liga diferente, la Liga Mexicana del Pacífico. Así que yo podía jugar béisbol a través de todo México. La primera vez que vine a México, fui llamado Orestes “Minnie” Miñoso, pero casi inmediatamente comenzaron a llamarme “El Charro Negro”.
Compré una hermosa casa con alberca y muchos cuartos. Necesitábamos todos los cuartos porque pronto los padres de Edelia vinieron a vivir con nosotros, tal como lo hicieron su hermana y sus cuatro hijos. Inscribimos a Marilyn en una escuela católica, donde el español fue su primer idioma. La verdad, nunca pensé que jugar pelota en México fuera un paso hacia atrás. Pienso solamente en una cosa cuando juego béisbol, que soy un jugador profesional, lo cual significa que juego con la misma intensidad en cualquier parte a la que vaya. No era que no extrañara la Grandes Ligas, pero éstas ya no eran para mí. Ésta, era una nueva vida y un nuevo reto. En cualquier parte que juegues béisbol, debes pensar de la misma manera como en tus días de gloria, de otra forma las cosas no te salen bien. La misma regla es también para el juego de la vida. La gente debería saber que esto está más allá de todas las cosas, porque en la vida nada es para siempre. Todos nosotros nos topamos con esto tarde o temprano. Me encantó jugar béisbol en México. Aquí estaba en mi ambiente, como también había sido en los Estados Unidos. Perdí contacto con casi toda la gente que había conocido allá. México era ahora mi casa. Había comenzado una nueva vida y pronto fui un hombre muy ocupado. Fui bien pagado en México. Mi sueldo estaba en el rango de los $25,000, lo cual me permitía vivir con comodidad. Había algunos jugadores negros en México, venían de Estados Unidos, Cuba, República Dominicana, Panamá, etc.  A cada equipo en la Liga Mexicana, le era permitido “importar” tres jugadores. “Importar” significaba que cada equipo podía tener en su plantilla, tres jugadores no mexicanos. Podía ver a buenos amigos a quienes no había visto en muchos años. Después de su única temporada con los Medias Blancas de Chicago, Héctor Rodríguez se estableció en México. Él era ahora el manejador de un equipo de Liga Menor en México. Siempre sentí que los Medias Blancas despidieron muy pronto a Héctor. Pero los años han sido buenos para él, se mira bien y tiene aceptación. De vez en vez nos encontraríamos el uno al otro durante mis años en México, pero cuando regresé a los Estados Unidos, de nuevo perdimos contacto entre nosotros. Ocasionalmente he tratado de contactarlo, pero no he tenido éxito. Pude aún jugar béisbol y tener buenos y productivos años en México. Mi primera temporada con Jalisco bateé para .360 con 14 cuadrangulares y 82 carreras producidas. Fui líder en la Liga Mexicana en dobletes y carreras anotadas. Perdí el título de bateo con Emilio Sosa quien jugó para Poza Rica y bateó para .365. Más tarde alguien me dijo que un error se había hecho en la compilación de porcentajes y que yo había bateado para .375, lo cual me habría dado el título, pero oficialmente éste fue para Sosa y yo fui subcampeón. En 1966, nuevamente estaba en la carrera por el título de bateo, conectando para .348 para Jalisco, aunque estuve incapacitado la mayor parte del año por un dedo fracturado, lo cual me puso fuera de juego por más de un mes. Durante los meses de invierno de 1966-1967, tuve mi primer intento como manejador/jugador con Orizaba, un equipo sucursal de los Charros de Jalisco. Se me dio la oportunidad de trabajar con muchachitos de 17,18 y 19 años. Me gustó manejar y traté de emplear mucho de lo que Paul Richards me había enseñado cuando yo era un muchacho. Todos los que han manejado saben que no hay más grandes emociones que ver desarrollarse a hombres jóvenes como jugadores completos de béisbol. También tuve una buena temporada con el bat, dejé que los muchachos jugaran, pero en 100 veces al bat, conseguí 35 hits para un .350 de porcentaje. Entre los 35 hits se encontraron 7 dobles, 3 triples y 5 cuadrangulares. Cuando se trata de jóvenes, ninguna emoción es más grande que ver a tu hijo desarrollarse como un excepcional pelotero. Puedo contar a padres en el béisbol como Ray Boone, Bobby Bonds y Ken Griffey. Orestes Jr. fue un fino atleta, aun cuando niño. A los 11 años de edad en Evanston, Illinois, el periódico local le hizo un reportaje. Su entrenador de ligas infantiles lo llamó un atleta natural y lo hizo responsable de que su equipo estuviera en el primer lugar. Orestes Jr. tuvo su primer guante cuando tenía dos años de edad y a los seis, estaba jugando en la liga pequeña en Cuba. Llegó a ser un atleta estrella en la escuela secundaria en Evanston y cuando se graduó fue considerado un gran prospecto en el estado de Illinois. Firmó con los Royals de Kansas City y fue enviado a jugar en clase “A” en la Florida. Sin embargo las cosas no funcionaron, tuvo un desacuerdo con la Organización al sentir que no se le daba la suficiente oportunidad de demostrar lo que era capaz de hacer. Cuando los Royals no lo llamaron para el entrenamiento de primavera, decidió darlo por terminado. De 1967 a 1969, continué como manejador y jugador con el equipo de Puerto México. El equipo de Orizaba había cambiado de ubicación y se había movido a Puerto México, aún un equipo de liga menor y afiliado al equipo “grande” de Jalisco.
Siempre manejando a los muchachos, jugué algunos partidos en Puerto México, pero aún menos cuando hice apariciones con Jalisco. En 1970, quisieron que tratara de revivir el béisbol en Gómez Palacio. Allí no habían tenido equipo por 16 años. La última persona quien trató de re-establecer el béisbol allá fue Martín Dihigo, el gran cubano Salón de la Fama e ídolo de mi niñez. Yo manejaría a Gómez Palacio por cuatro años y también continué jugando pelota de invierno cada año. Dejé la Organización de los Charros después de la temporada de 1973 y pasé la mayor parte de los siguientes dos años con el equipo de Puerto Vallarta, que está a sólo cuatro horas manejando desde mi casa en Guadalajara. Jugué primera base y en mi primer año con el equipo, ganamos el título. En la serie de campeonato contra Compostela, jugué un papel importante. La serie fue al mejor de siete juegos y nosotros estábamos liderando la serie 3 juegos a 2. En el sexto juego conecté un cuadrangular que nos dio el campeonato. Después de la ceremonia de premiación algunos de los jóvenes compañeros del equipo me cargaron en hombros. Luego me pidieron que dijera algunas palabras. Fue realmente emocionante. También jugué en el pequeño pueblo de Cananea, donde fui “coach” e instructor de bateo. Menciono Cananea en particular porque mi hijo Orestes Jr. jugó en el equipo también. Orestes Jr. vivía con su mamá en Evanston, pero siempre nos mantuvimos en contacto. Como lo conté, él fue un sobresaliente atleta en la escuela secundaria, tanto en béisbol como en fútbol. Llegó a México después de jugar en clase “A” y doble “AA” en equipos de la Organización de Kansas City. Antes de venir a México trató de contactarme, llamó a Edelia y le dijo que quería venir a México y Edelia me llamó para darme la noticia, le dije a ella que le comunicara a Orestes Jr. que no hiciera nada hasta que hablara conmigo, pero nunca me llamó, solamente tomó el avión y vino acá.
Se presentó en León, un equipo de liga menor donde yo estaba manejando. Él no podía jugar allí puesto que era un jugador muy avanzado para esa categoría, ésta, era una liga esencialmente para novatos. Ése fue el motivo por el cual se enganchó con Cananea. Fue una sensación allá, conectó cinco cuadrangulares con la casa llena en dos meses y medio. Al siguiente año Orestes Jr. vino a jugar para mí en Puerto Vallarta. A este pequeño y pintoresco pueblo mexicano sólo le gusta ganar. De hecho, el equipo de Puerto Vallarta ganaría tres títulos en forma consecutiva y en cada ocasión el pueblo celebraba por tres días con bailes en las calles, comida y bebida. Decir que tomaban el béisbol en serio, sería quedarse corto. El equipo de Puerto Vallarta estaba limitado por la regla que permitía en un club solamente tres jugadores extranjeros en su plantilla. Sucedió que los otros dos jugadores extranjeros quisieron jugar en otra parte, así que hubo cuarto para los dos Miñosos, Orestes Jr. y yo, jugamos en el mismo equipo otra vez. La liga se organizaba diferente a la mayoría de las ligas en Estados Unidos, la temporada se dividía en dos partes. Técnicamente un equipo podía finalizar en último lugar en la primera parte de la temporada, pero si finalizaba en primero en la segunda parte, el equipo podría aún estar en la serie final por el título. Eso nos pasó a nosotros. Éramos un equipo muy joven y comenzamos muy mal. Tuvimos problemas de ajuste durante la primera mitad y finalizamos en último lugar. En la segunda mitad, cambiamos totalmente y ganamos todo.  Padre e hijo estaban en la alineación. Orestes Jr. bateaba de tercero y yo de cuarto. Nunca olvidaré cómo ganamos el juego que aseguró el título para nosotros de la segunda mitad. Fue muy dramático, es material para una película. Era el séptimo inning, estábamos una carrera abajo con dos corredores en base, Orestes Jr. vino y conectó cuadrangular para irnos arriba por dos carreras, cuando mi hijo cruzó el plato, nos dimos la mano, después me paré en el pentágono y mandé la pelota fuera del campo, exactamente al mismo lugar. La multitud se volvió loca, el “Charro Negro” y su hijo batearon cuadrangulares “espalda con espalda” para darle ventaja de tres carreras a su equipo en el séptimo inning. Todos estaban en éxtasis. Ganamos el juego y fuimos a la serie final por el título, después ganamos el campeonato en siete juegos. “El Charro Negro” y su hijo. ¡Lo logramos!
Pero hubo también problemas a la hora de manejar a tu propio hijo. Tienes que caminar por la delgada línea y no tener favoritismos por un lado y no sobre-recompensar siendo indebidamente duros con los otros. De nuevo podemos aplicar eso al tema familiar. El hijo del jefe es solamente uno más y el jefe tiene que hacer grandes esfuerzos para demostrar que el hijo es uno más de la tropa, a menudo haciéndolo más difícil para él. Orestes Jr. fue un fino jugador. Su brazo y su habilidad para fildear fueron probablemente mejores que los míos, además él bateó con poder. Verdaderamente creo que tenía el potencial para ser un sólido jugador de Grandes Ligas. Una combinación de mala suerte y pérdida de oportunidades lo dejaron fuera. A menudo creo que si yo hubiera estado en los Estados Unidos para guiarlo, en lugar de estar en México durante el tiempo que su carrera dentro del béisbol estaba por las nubes, las cosas hubieran sido diferentes. Un ejemplo particular de ese choque entre padre e hijo ocurrió con una pérdida de las señas. Teníamos un jugador que tenía el hábito de perder las señales, perdió una señal de toque de pelota cuando estábamos perdiendo 3-2 y lo saqué del juego. Al día siguiente, mi hijo vino al bat. Teníamos corredor en primera y le mandé la señal de toque de pelota. En lugar de tocar, Orestes le tiró fuerte y bateó para una fácil doble matanza. Como haya sido, o perdió la señal o no escuchó. Al terminar el inning, comenzó a caminar fuera del dugout hacia el campo de juego, le dije que se quedara donde estaba, le apunté con el dedo, “¡quédate en la banca!, perdiste la señal”. Él estaba muy preocupado y disgustado conmigo. Orestes pensaba que estaba tratando de exhibirlo frente a los aficionados. Le dije que mejor se callara, yo era el jefe en el equipo y las mismas reglas eran para todos. El incidente fue muy preocupante para mí también. Con el juego empatado, éste fue cancelado debido a la oscuridad. Después que los jugadores se fueron a los vestidores, me quedé en el dugout, enfurruñado por lo que pasó. Unos cuantos aficionados se habían quedado en el parque y se encaminaron al dugout. Me hicieron saber que fui demasiado áspero con mi hijo e insistieron en que no debí haberlo sacado del juego. Un equipo de béisbol es una familia grande o al menos debería serlo. Un manejador no puede tener favoritismos, ni con un hermano, ni con un hijo, ¡con nadie! nunca querría lastimar a mi hijo, pero como manejador, no estaría haciendo un buen trabajo si no le respondo como lo haría con cualquier otro jugador. No todo estaba bien en casa tampoco. Nuestra familia experimentó una tragedia que nos afectó profundamente a todos nosotros. En 1971, mi sobrina Marian, hija de Juanita, se suicidó. Yo la había criado y la quería como a una hija desde que ella vino conmigo a los Estados Unidos en 1961 cuando era una niña. Ella era una hermana mayor de mi hija Marilyn, quien la adoraba. Nunca hubo indicios de que ella haría tal cosa. Nunca dijo nada a mí o a mi esposa. Ahora pensando en retrospectiva, recuerdo que su carácter cambió muy rápidamente. Edelia trataría de hablar con ella, pero nunca dijo mucho. Con certeza supimos que no había involucramiento de drogas, ella nunca estuvo envuelta en ese tipo de cosas. No hubo ninguna indicación de un romance roto. En ese terrible día yo estaba de gira y Edelia estaba de compras en Laredo. Mi sobrina estaba en casa con mi suegra y mi hija. Ella estaba hablando con la abuela y después se disculpó, abrazó a Marilyn y subió las escaleras. Luego de unos momentos, la abuela estaba preocupada y la llamó, pero no escuchó nada. La llamó de nuevo. Subió las escaleras rumbo a su cuarto y abrió la puerta y allí estaba mi sobrina muerta en el piso, ella se había tragado un bote de pastillas. Esto fue un terrible golpe para nosotros, pero especialmente para Marilyn quien estaba totalmente devastada.
En una nota más positiva, algo desconocido para mí estaba sucediendo en Chicago. Recuerden que perdí contacto con la mayoría de la gente que había conocido allá. Los Madias Blancas, al parecer, habían perdido como 8 millones de dólares desde 1970. John Allen, contemplaba poner al equipo en venta, pero había pocos compradores. Sin embargo había uno, una real sorpresa. Con rumores de que los Medias Blancas fueran trasladados a Seattle, Bill Veeck hizo una oferta para comprar al equipo. Los dueños de la Liga Americana hicieron oídos sordos a la oferta de Veeck, pero le dieron una semana más para conseguir el dinero requerido. Por supuesto, nadie creía que él pudiera conseguir el millón doscientos mil dólares extras en solamente una semana, pero Bill Veeck lo hizo. Lo imposible había sucedido. Bill Veeck tenía el control de los Medias Blancas de Chicago. Una semana más tarde, Paul Richards fue nombrado manejador, reemplazando a Chuck Tanner quien había llevado a los Medias Blancas al quinto lugar de seis equipos de la División Oeste de la Liga Americana. En diciembre de 1975, yo estaba descansando en Puerto Vallarta cuando sonó el teléfono, era Roland Hemond, el Gerente General de los Medias Blancas, me dijo que Bill Veeck me había estado buscando por tres días y que quería que yo fuera “coach” de los Medias Blancas de Chicago en la siguiente temporada. Estaba emocionado y eufórico y no lo podía creer, entonces repentinamente recordé. Durante esos días oscuros para mí en 1964, Bill Veeck me había preguntado que si me gustaría trabajar para él, si llegara a tener otro equipo algún día. Yo contesté, “Bill, yo trabajaría para ti en cualquier parte en donde estuvieras.” Los años habían pasado y había olvidado nuestro intercambio. El tiempo tiene alguna forma de hacer que las palabras desaparezcan. De seguro pude haber olvidado, pero Bill Veeck nunca lo hizo. Después de once años de estar lejos de la escena de las Ligas Mayores que una vez conocí, Bill Veeck me estaba trayendo de regreso a casa. Estaba regresando a Chicago para usar otra vez un uniforme de los Medias Blancas.
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