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ESTRELLAS DEL BÉISBOL
CASOS DEL BÉISBOL PARTE 4
Por Héctor Barrios Fernández
PROSPECTO DE CATEGORÍA
“Mario Cuomo, jardinero central.”
Así se leía en el reporte del buscador de talentos de los Piratas de Pittsburgh.
“Un bateador de bajo porcentaje con un poder plus, golpea fuerte la pelota pero necesita instrucción, potencialmente el mejor prospecto en el equipo y en mi opinión podría tener una carrera duradera, es agresivo y juega duro, es inteligente, no es un tipo fácil de acercársele pero es una clase de persona que le cae bien a todo mundo, es alguien que te arrollará si te pones en su camino.”
Cuomo, un estudiante en la Universidad de St. John e hijo de un inmigrante comerciante de abarrotes, aprendió a jugar béisbol en un lote de estacionamiento en Queens.
Fue firmado por 2,000 dólares, poco después de que Mickey Mantle fue firmado por aproximadamente la mitad de esa cantidad.
Jugó para la sucursal de los Piratas en Brunswick, Georgia y lo hizo muy bien hasta que fue golpeado en la cabeza por un lanzamiento.
En lugar de regresar para la siguiente temporada, Cuomo contrajo matrimonio e ingresó a la política con el Partido Demócrata de su país.
“En realidad no era un buen prospecto,” él recuerda, “porque… no creí que fuera lo suficientemente bueno, nosotros aprendemos de nuestras vidas, no triunfarás a menos que lo des todo y eso es parte del béisbol también, tienes que darlo todo.”
Con el paso de los años Cuomo se convirtió en Gobernador por el estado de New York entre los años de 1983 y 1994, autor de varios libros.
Falleció el 1 de enero del 2015.
MÁS PERFECCIÓN
Su nombre era Harvey Haddix, mejor conocido como “The Kitten,” “El Gatito,” había sido un sólido lanzador, aunque nada especial por siete años de carrera, hasta que su equipo los Piratas de Pittsburgh se enfrentaron a los Bravos de Milwaukee el 26 de mayo de 1959.
Ese día él hizo algo extraordinario.
Como los autos en las autopistas de California, uno tras otro, por nueve innings, retiró a los bateadores de los Bravos: veintisiete en fila.
Pero Pittsburgh tampoco había anotado y él siguió al décimo inning, después el onceavo, el doceavo.
Treinta y seis outs en forma consecutiva, uno por uno, uno atrás del otro.
Ningún hombre en la faz de la tierra había lanzado perfecto tantas entradas como lo hizo Haddix en ese juego y creo que nadie lo ha hecho de nuevo.
Bueno, entonces pasó lo que pasó.
Su propio equipo lo “traicionó.”
El tercera base, fildeando una rola de rutina, hizo un mal tiro, permitiendo que el bateador-corredor se embasara.
El corredor se movió a segunda mediante un toque de sacrificio.
Hank Aaron recibió la base por bolas y Joe Adcock conectó la pelota contra la barda.
El sin hit ni carrera y los doce innings perfectos de Haddix, terminaron en derrota. Pero por una tarde al menos, él había parecido ser el mejor lanzador en la historia del béisbol.
Me recuerda los casos de Bobby Thomson y Ralph Branca, Bill Mazeroski y Ralph Terry, Joe Carter y Mitch Williams, Mickey Owen y su famoso pasball, Bill Bevens y su casi juego sin hit en Serie Mundial, Jaime Orozco y Sergio Hugo Vizcarra, Chucho Sommers y Kevin Bruce Stanfield, Sergio “África” González bateando de hit a Alfredo Ortíz, el mismo Ortíz entrando de emergente y romper otro juego sin hit y cuántos casos más.
¡El béisbol! ¡Ah! ¡El béisbol! ¡Qué cosas tiene!
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