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ESTRELLAS DEL BÉISBOL
HANK AARON Y EL CUADRANGULAR 715, PARTE DOS
Por Héctor Barrios Fernández
Por veinte años, el jardinero derecho Henry Aaron había sido el superestrella más tranquilo, seguro de sí mismo, completamente confiable en el campo y con el bat, pero intensamente reservado, celebrando entre sus compañeros jugadores sus habilidades y su implacable calma que él mostraba en su rostro ante cualquier tipo de provocación.
Una vez, a principios de su carrera, el lanzador de los Dodgers de Los Angeles, Stan Williams, golpeó fuertemente a Aaron en la cabeza y muy acomedido el propio compañero de Williams, el primera base de los Dodgers Gil Hodges, le sugirió a Aaron que fuera tras el lanzador.
“Mi mamá no crio tontos,” contestó Aaron y consiguió su revancha en su siguiente turno al bat, conectándole a Williams un largo cuadrangular.
Nacido en Mobile, Alabama, madurado en las Ligas Negras, participó en la llamada “Sally League” o South Atlantic League, antes de integrarse a los Bravos.
Jugaría para ellos primero en Milwaukee y después en Atlanta, 21 de sus 23 temporadas en Grandes Ligas.
Dos temporadas con los Cerveceros de Milwaukee en la Liga Americana.
Fue estable y sólido y antes de que concluyera su carrera, había alcanzado impresionantes records:
Líder de todos los tiempos en carreras impulsadas (2,297) y total de bases (6,856), 722 más que su más cercano competidor, Stan Musial, dos títulos de bateo, cuatro de carreras producidas, catorce juegos de Serie Mundial y 24 juegos de estrellas sin cometer error.
Su implacable bateo fue la desesperación de los lanzadores.
Una vez el cuerpo de lanzadores de los Dodgers estaba repasando a toda la Liga Nacional, discutiendo cómo lanzarle a cada bateador.
Cuando llegaron al nombre de Hank Aaron, hubo un largo silencio.
“Con seguridad,” alguien dijo finalmente, “no hay manera de lanzarle.”
Para la mayoría de los aficionados, Aaron hizo todo esto atrayendo menos atención que muchos jugadores contemporáneos de menos categoría pero más exhibicionistas. El cátcher cubano Paul Casanova fue uno de sus pocos confidentes.
Hank mantuvo casi todo para él mismo.
Tú no podías leerlo, porque no te mostraría nada.
Era lo mismo cuando bateaba.
Si bateaba un home run o se ponchaba, no había diferencia en su gesto.
Si estaba en una mala racha, tú creías que eso lo mataría, pero él sólo llegaría al dugout y se sentaría o caminaría por el túnel rumbo a los vestidores y pensaría en lo que tenía que hacer la próxima vez al bat.
Esa fue parte de su estrategia.
Conforme la temporada de 1973 se acercaba a su fin, Aaron llegó a ser el centro de atención aún más molesta de lo que Roger Maris había sufrido doce años antes.
El record de 714 cuadrangulares de todos los tiempos de Babe Ruth, estaba al alcance de Aaron.
El acecho de Maris al record de Ruth, había sido una afrenta para algunos viejos fanáticos del Babe, pero por lo menos Maris era blanco.
El hecho de que un afroamericano pudiera actualmente pasar a la más reverenciada estrella del juego era más de lo que algunos podían aguantar.
Aaron recibió advertencias de que él estaría muerto.
Sus hijos, en el colegio, fueron amenazados con ser secuestrados.
Guardias tuvieron que escoltarlo dentro y fuera de los parques de pelota.
Fue inundado con correos racistas.
Querido negro: Animal negro, espero que no vivas lo suficiente para batear más cuadrangulares que el gran Babe Ruth.
Querido Hank Aaron: Espero que tengas esto entre tus dos ojos.
Querido hermano Hank Aaron: Espero que estés con tu hermano Dr. Martin Luther King en el cielo en donde él habla de…
Querido negro Henry: Ha llamado mi atención que vas a romper el record de Babe Ruth.
Iré a todos los juegos y si bateas un cuadrangular más, será el último.
Mi pistola estará viendo tus negros movimientos…
Hank Aaron, con esa fortuna y esa fama, eres un negro apestoso.
Aaron siguió conectando cuadrangulares y mantuvo las amenazas para él mismo. Paul Casanova recordó su privada angustia.
Aaron casi nunca mencionó a Babe Ruth.
Una vez me dijo:
“Cassy, yo no estoy tratando de romper ningún record de Babe Ruth.
Estoy tratando de hacer uno para mí mismo.”
Fue terrible la forma en que la gente lo odiaba por tratar de romper el record.
Todas esas cosas se las había estado tragando.
Un día en Filadelfia caminaba por la calle del hotel para desayunar y esta fue la primera vez que me contó acerca de las cartas que había estado recibiendo.
No podía yo creer lo que me estaba diciendo.
Le dije, ¿qué?
Él dijo, “Cassy, esa gente está loca.
No sé lo que está pasando, realmente no lo sé.”
Pero él estaba preocupado.
Tan fuerte como era, tú podías decir que él estaba preocupado.
Las cartas con palabras de odio comenzaron a desaparecer y comenzó a ser inundado por cartas donde lo animaban.
Estimado Sr. Aaron:
Tengo doce años de edad y quiero decirle que he leído muchos artículos prejuiciosos acerca de Usted.
Creo realmente que eso es malo.
No me importa de qué color Usted sea…es sólo que alguna gente no puede ver a alguien un poco diferente a ellos batir algo de alguien como ellos… ¿Qué es lo que esos aficionados quieren que Usted haga? ¿Sólo dejar de batear?
Aaron nunca se había sentido cerca de los aficionados de Atlanta ante quienes había jugado por mucho tiempo.
Su inquebrantable estoicismo, -sus compañeros dijeron que solamente pensaban que había comenzado a sonreír cuando él corría alrededor de las bases después de su home run 700- tuvo que ver con eso.
Un compañero negro lo defendió, rechazó permanecer en silencio acerca de cuestiones raciales fuera del campo:
“Te das cuenta, en Atlanta mucha de la gente que viene al estadio viene de pequeños poblados del sur.
De alguna manera esa gente estaba acostumbrada al comportamiento de las personas negras.
Henry no se amedrentó.
Aaron conectó 40 cuadrangulares ese verano, pero estaba aún uno atrás de Ruth cuando vino al bat por última vez en el último juego de la temporada.
Conectó elevado a la segunda base.
Entonces como recordó en su autobiografía, “tuve un martillo, una cosa inesperada pasó:
Cuando salí para el jardín izquierdo para el noveno inning, los aficionados de ese lado se pusieron de pie y aplaudieron, entonces los fanáticos de la tercera base se pusieron también de pie y aplaudieron y los del jardín derecho y los de home.
Había como 40,000 personas en el juego, la mayor asistencia de la temporada y ellos se pararon y me animaron como por cinco minutos.
Ha habido muchas ovaciones de pie para muchos jugadores, pero ésta fue una de las más grandes que yo recuerde y estaba preocupado por eso.
No podía yo creer que fuera Hank Aaron y que esto fuera Atlanta, Georgia.
Pensé que nunca vería este día.
Y Dios Omnipotente, todo lo que hice fue elevar a la segunda base.
Me quité la gorra y la mantuve en el aire, entonces me moví en círculo y vi a toda esa gente parada y aplaudiendo y la verdad, no supe cómo sentirme.
No creo haberme sentido tan bien en mi vida.
Pero no estaba listo para esto.
Al final del año, Henry Aaron había recibido 930,000 piezas de correo, más que ningún otro estadounidense, excepto el presidente de los Estados Unidos.
Pero aún tenía dos cuadrangulares por pegar, uno para empatar al Babe y otro para pasarlo y las cartas y la presión continuaron todo el invierno.
El día inaugural en Cincinnati, más de 300 reporteros, habían empacado y estaban listos para viajar con los Bravos, determinados a estar allí cuando Aaron rompiera el record, no importa dónde pasara o cuánto tiempo tomara.
No tomó mucho tiempo.
Aaron empató a Ruth esa tarde, enviando un lanzamiento en sinker de Jack Billinham a volar sobre la barda con su primer swing de la temporada.
Uno más rompería el record de Ruth y finalizaría la persecución.
En Atlanta, un lunes por la noche, abril 8 de 1974, en el segundo turno al bat de Hank Aaron, con su mamá y su papá observando desde las gradas, el zurdo Al Downing de los Dodgers de Los Angeles trató de sorprenderlo con una bola rápida.
Aaron la mandó a la zona del calentadero o bullpen y comenzó a correr alrededor de las bases.
Yo estaba en mi pequeño mundo esta vez.
Parecía que estaba corriendo en una burbuja y podía ver a toda esa gente saltar y mover sus brazos en cámara lenta.
Cada base parecía llena, como si allí estuviera toda esa gente y tuviera que atravesarla para llegar al home plate.
No podía esperar el momento para estar allí.
Me dijeron que tenía una gran sonrisa en mi cara cuando pasé por tercera.
Yo propiamente nunca sonreía cuando corría en las bases después de un home run, supongo que no pude ayudar con esto esa vez.
El juego fue detenido para una ceremonia en el home y a Aaron le pidieron su opinión.
“Gracias a Dios que terminó” dijo.
Con el tiempo la carrera de Aaron finalmente llegó a su fin, tenía 755 cuadrangulares. Hank fue el último pelotero de las Ligas Negras en jugar en las mayores.
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