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ESTRELLAS DEL BÉISBOL
JUEGOS PARA OLVIDAR-JUEGOS PARA RECORDAR
Por Héctor Barrios Fernández
“En este mundo traidor, nada es verdad ni nada es mentira, todo es según el color del cristal con que se mira”.
Así lo dijo y escribió Ramón de Campoamor (1817-1901) poeta español, esta frase está hecha a la medida para aquellos juegos en donde un jugador sale con la cara en alto recibiendo el reconocimiento de héroe y otro tímido, medroso, con un “trágame tierra”.
El 29 de diciembre de 1988, en el estadio Ángel Flores de Culiacán, tenemos a Naranjeros visitando a Tomateros.
Novena entrada, los de casa arriba 1-0, olía a juego perfecto y quien es tocado por un juego perfecto, las cosas ya no le son iguales.
Don Larsen en Serie Mundial, Vicente “Huevo” Romo por los Yaquis en frío y desolado estadio guaymense un martes 5 de enero de 1971, Jesús Moreno lanzando por Los Mochis vs. Ciudad Obregón el 19 de octubre de 1989, Joakim Soria, por Yaquis vs. Naranjeros un 9 de diciembre del 2006, son algunos lanzadores que pasaron por esa experiencia y “vivieron” para contarlo.
Pues bien, parte alta de la novena, cayeron los primeros dos outs.
Era tanta la tensión y el silencio que el público se distrajo un momento al escuchar el zumbido de un mosquito que pasó a toda velocidad por el estadio en ese instante.
Por Hermosillo, equipo visitante viene a batear de emergente Rosario Zambrano, quien saca un rodado por terrenos del segunda base Adulfo Camacho, éste tomó la pelota y tiró alto obligando al inicialista a despegarse de la base, por la pestañita de un mosquito de los más pequeños, el corredor llegó quieto.
El anotador oficial dio error a Camacho.
Bueno aún quedaba el sin hit, la blanqueada y lo más importante, la victoria, pero Jaime Orozco estaba tocado, herido, aturdido, enseguida vino base por bolas a Cornelio García, después, Sergio Hugo Vizcarra conectó un tablazo atrás de la barda, su único cuadrangular de la temporada.
Nada en el cierre de la novena entrada por los de casa y colorín colorado…
En otro juego el encargado del sonido local del estadio Ángel Flores de la capital sinaloense anunciaba, …con el número 20 en su uniforme, ¡¡Jesúúús Sooommers!! Era el domingo 29 de enero de 1978, sexto juego de la serie final, Los Mochis vs. Culiacán, las calles capitalinas estaban desoladas, todo el mundo en el estadio, los Cañeros venía de aplastar a Hermosillo.
Tomateros siempre vino de atrás para doblegar a los Yaquis.
Había que ganar cuatro de siete posibles juegos, Culiacán arriba en la serie 3 juegos a 2, sólo una victoria los separaba de representar a México en la Serie del Caribe a desarrollarse en Mazatlán.
Lanzando Tomás Armas por los ex-Tacuarineros, Kevin Bruce Stanfield por “Cañeros”, habían recorrido todo el camino, cierre de la novena entrada 0-0, nada para nadie.
Chucho Sommers bat en mano toma su turno al bat, el lanzador norteamericano muy seguro de sí, rápidamente lo pone en cuenta de 1 y 1.
Sobre la loma, se quita la gorra, se acomoda el uniforme, toma la seña de su receptor y suelta una recta de esas que no se ven, sólo se oyen, como queriendo emular a Walter Johnson, Satchel Paige, Nolan Ryan, Roger Clemens o Randy Johnson que lanzaban rectas de padre y señor mío.
El hijo de Lonnie Sommers no se intimida, hace “swing”, encuentra la pelota con su bat, ésta vuela profundo, ¡se va!, ¡se va!, ¡se va!, en el estadio se escucha un extraño zumbido como de enjambre … y ¡se fue!, para entonces el zumbido ya era una gritería enloquecida.
El nativo de Guaymas sale en hombros, el norteamericano, paso a paso rumbo al dugout visitante, con la cabeza agachada maldiciendo y pensando “trágame tierra”. Y así podríamos seguir con las historias de Ralph Branca-Bobby Thomson, Bill Mazeroski-Ralph Terry, Joe Carter-Mitch Williams.
El béisbol es así, da y quita, quita y da, por eso, “en este mundo traidor, nada es verdad ni nada es mentira, todo es según el color del cristal con que se mira”.
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