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ESTRELLAS DEL BÉISBOL
TOMÁS LUIS PERALTA ESPINOZA
Por Héctor Barrios Fernández
Las cosas que tiene la vida, muchas veces Dios, el tiempo, el destino o como Usted quiera, obran para que los sueños se realicen, recuerdo que a fines de los 60s y principios de los 70s del siglo pasado, supe de Luis Peralta Espinoza, no recuerdo si lo escuché en alguna plática o lo leí en alguna revista Hit o Superhit, publicaciones que para los aficionados al béisbol eran algo así como la Biblia.
El caso es que tendría yo unos 11 o 12 años de edad cuando me enteré de que el jugador de los Diablos Rojos del México en verano y de los Naranjeros de Hermosillo en invierno era originario de El Sauzal de Rodríguez a unos 10 kilómetros al norte de Ensenada.
Me preguntaba que, cómo era posible que uno de mis paisanos se codeara con los ídolos del momento como Héctor Espino, Vicente Romo, Ronnie Camacho, Ramón Arano, Alfredo Ortiz, Miguel “Becerril” Fernández, Francisco “Paquín” Estrada y muchos más.
Desde esos tiempos me nació la curiosidad de conocer o al menos cruzar unas palabras con Luis, hoy la vida me ha concedido ambas cosas.
En una larga y amena charla que tuve con él, me confió parte de su nutrida historia en el andar por el mundo del béisbol que intentaré sintetizarles.
Dice Luis:
En efecto nací en El Sauzal, soy hijo del Sr. Luis Peralta García originario de Cabo San Lucas, B.C.S. y de la Sra. María Espinoza de Peralta, originaria de El Dorado, Sinaloa.
Fui el segundo de ocho hermanos.
A la edad de siete u ocho años me inicié en el béisbol en la liga infantil, mi primer manejador fue mi padre quien me impulsó y motivó para que practicara este deporte.
En la categoría de primera fuerza jugué con El Sauzal durante una temporada, después en Ensenada lo hice para la novena de Camineros.
En una ocasión visitó Ensenada una selección de peloteros profesionales dirigidos por Leo Rodríguez quien fue uno de los mejores terceras bases si no el mejor que ha dado México.
Por su parte “Chicho” Verdugo armó una selección con lo mejor que tenía a la mano, me invitó para enfrentar al equipo de Leo y sus estrellas, por fortuna en ese juego tuve tan buena actuación que llamó la atención de Leo.
Fue el señor José Anaya a quien apodaban “Farolito” el que sirvió de enlace entre Leo y mi papá para que yo ingresara al profesionalismo, después de llegar a un arreglo preliminar, Leo prometió comunicarse con nosotros.
El tiempo transcurría y no tenía noticias, cuando ya pensaba que se habían olvidado de mí, en enero de 1964 se concretó un acuerdo para que formara parte de la organización de los Diablos Rojos del México, a los veinte años de edad me enviaron a la sucursal en San Luis Potosí para que iniciara mi maduración y adquiriera experiencia en el profesionalismo, por fortuna ya había estado en esa ciudad cuando como conscripto asistí a un torneo nacional allí y ya no se me hizo tan difícil viajar solo hasta allá.
Al siguiente invierno fui enviado a Tepic a la liga del noroeste, regresando a San Luis para mi segunda temporada, después de dos meses me promueven al equipo grande en la ciudad de México en donde el manejador era Tomás “Sargento” Herrera de quien siempre recibí buen trato.
En ese equipo participé hasta 1971, ya que después en 1972 ingresaron a la liga los Cafeteros de Córdoba y los Pericos de Puebla que se conformaron con peloteros disponibles del resto de los equipos, Córdoba me tomó como su segunda selección.
Por primera vez en la historia del béisbol mexicano un equipo de expansión lograba quedar campeón y yo era parte de él bajo la dirección del legendario Mario “Toche” Peláez asesorado por Beto Ávila.
En 1973 regreso con Cafeteros pero ahora como receptor en lugar de primera base que había jugado el año anterior.
Recuerdo bien que el domingo 16 de junio de esa temporada tuvimos un doble juego contra el equipo de Unión Laguna e Hilario “Jungla” Salinas quien era el otro cátcher estaba lastimado y yo era el único disponible para esa demandante posición, trabajé el primer juego que se alargó a 20 innings con más de seis horas de duración y no había quien me supliera, así que tuve que ponerme de nuevo los arreos de receptor y entrarle al segundo juego que se decidió en 10 innings para completar los 30 en un día, este juego con duración de más de cuatro horas, así que estuve atrás del home más de 10 horas en un sólo día.
Esos juegos se celebraron en Córdoba, el primero fue victoria para los Cafeteros de casa con anotación de 2 a 1, el segundo se lo llevó Unión Laguna 5-3.
Posteriormente se buscó la información necesaria y se determinó que ambos eran nuevos récords en el béisbol mexicano y quizá en el mundo.
En el invierno de 1965 jugando para Tepic en la liga del noroeste, una tarde mi manejador Héctor Rodríguez me informa que tengo que reportar a Naranjeros de Hermosillo, así se cumplía mi segundo sueño de cuando firmé para jugar béisbol profesional, uno era jugar para Diablos Rojos y otro para Naranjeros, ambos equipos parte de las dos ligas más fuertes de México, también allí conviví con luminarias del béisbol como Miguel Sotelo, Alfredo Ortiz, Horacio y Claudio Solano, Felipe Leal, Juan de Dios Villarreal, “Diablo” Montoya, Obed Plascencia y por supuesto el mejor jugador-bateador mexicano de todos los tiempos Héctor Espino.
Una ocasión en Hermosillo le pedí consejo a Héctor para batear mejor y me dijo: “Es muy fácil, mira, si te lanzan afuera trata de chocarla para el right, si te lanzan pegado, trata de jalarla para el left y si te la pasan por el centro tienes esas dos opciones o batearla por el centro del campo”.
Me le quedé mirando y le contesté: Ah, bueno, gracias, buen consejo.
En Hermosillo tuve como manejadores a Claudio Solano, Orestes Miñoso, Manuel Magallón y Memo Garibay, todos unos señorones del béisbol.
En esos años ya había contraído matrimonio y comenzaban a llegar los hijos y residiendo en la ciudad de Tepic, por esa razón solicité a Naranjeros me cambiaran a esa ciudad para estar más cerca de mi familia,
En 1971 con los Diablos Rojos tuve la suerte de tener como compañeros a otros ensenadenses como Arturo Orozco, César Cordero y Alejandro Robles.
Cuando llegué a los Diablos fue en la posición de jardinero, pero allí estaban Andrés “Avestruz” Rivera, Ramón “Diablo” Montoya y Miguel “Becerril” Fernández, así que no había por dónde entrarle, lo que me llevó a buscar otras posiciones como la primera base y la receptoría.
La noche que debuté con Diablos Rojos en la Liga Mexicana, me enviaron a batear de emergente con corredores en primera y tercera con un out, perdíamos por una carrera y cuando tomé mi bat para hacer unos “swings” de calentamiento, se acercó Leo Rodríguez y me dice que me concentre y trate de elevar la pelota lo más lejos posible para buscar un “pisa y corre” y empatar el juego, el lanzador contrario era el experimentado Nicolás García por los Tigres que lanzaba lumbre, tomo mi turno, las piernas se me doblaban y el primer lanzamiento ni lo miré, al siguiente conecto una línea arriba del parador en corto para un limpio hit doble, en esos juegos de “la guerra civil” entre Tigres y Diablos el estadio se llenaba a su máxima capacidad, así que debuté de esa manera afortunada, son momentos inolvidables para mí.
Cuando mi papá enfermó volví a Ensenada y la pesquera del pacífico instaló una escuela de béisbol para niños en donde fui el instructor, en ese tiempo Pilo Gaspar me invitó a unirme a los Delfines de Ensenada en la fuerte liga Norte de Sonora pero tenía dos años en el retiro y me quedé como coach y bateador emergente, quedamos campeones dos temporadas seguidas.
Luego regresé a Nayarit en donde fui manejador con Tuxpan.
En el ocaso de mi carrera, regresé a San Luis invitado por Gregorio Luque, allí me desempeñé como coach de lanzadores y ocasionalmente tomaba algún turno al bat como emergente, fue mi última intervención en el béisbol.
Aunque tuve ofertas de los Ostioneros de Guaymas y los Yaquis de Cd. Obregón, pero ya con familia decidí vivir en Tepic.
En mis años con Diablos Rojos del México, equipos de Grandes Ligas solían venir a la ciudad para juegos de exhibición, en uno que nos enfrentamos a los Yankees de New York tuve la oportunidad de conocer a uno de mis ídolos como Mickey Mantle y jugué contra él.
Tal vez no hice grandes cosas en el béisbol pero llegué y me quedé quince años en el máximo nivel, además que lo disfruté al cien por ciento.
Se me cumplieron varios sueños como jugar con los Diablos Rojos y Naranjeros, jugué en el estadio del Seguro Social, conocí a Mickey Mantle y jugué con y contra la crema y nata del béisbol en ese tiempo, como los ya mencionados.
Definitivamente o como decía Héctor Espino “difinitivamente” el béisbol es bonito, te brinda grandes satisfacciones y te pagan por hacer lo que te gusta, conoces a muchas personas y haces amistades.
Por otra parte también es muy sacrificado, muy demandante y muy celoso, te enfrentas a peligros en los constantes viajes, vives soledades en los hoteles y añoras la comida y el calor del hogar, pero si te gusta, vale la pena el intento.
Esta es una pequeña parte de la charla que tuve con Tomás Luis Peralta Espinoza, gloria del beisbol ensenadense que no debemos tener tan en el olvido.
Espero sus amables comentarios en: info@beisboldelosbarrios.com