MISCELÁNEA BEISBOLERA

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ESTRELLAS DEL BÉISBOL
MISCELÁNEA BEISBOLERA VI
Por Héctor Barrios Fernández

La inhabilidad para controlar su temible bola rápida, mantiene a Johnny Vander Meer fuera del Salón de la Fama. De haber tenido mejor control otro gallo le hubiera cantado. Sin embargo cuando venía por allí, era casi imbateable. En junio de 1938, Vander Meer, cuando tenía sólo 23 años de edad, se convirtió en el único en la historia del béisbol en lanzar dos juegos sin hit ni carrera en forma consecutiva.

Alguna vez Ted Williams dijo que: “Todo lo que quiero es que cuando camine por la calle, la gente diga: Ahí va el más grande bateador de todos los tiempos”. Casi no quería nada. Si no es el más grande, le anda cerca.

Con la Serie Mundial de 1956 empatada a dos juegos por bando entre Yankees y Dodgers, los Yankees necesitaban que Don Larsen les diera 1, 2 o 3 buenos innings y contuviera a los Dodgers, para que después el relevo se hiciera cargo. Ese año tuvo record de 11-5 en ganados y perdidos, hasta esa temporada tenía 30-40 en su carrera que comenzó en 1953 cuando tuvo 7-12, en 1954, 3-21, en 1955 ya como Yankee, 9-2. En ese juego 5 de la Serie, respondió con 9 excelentes innings, tirando el único juego sin hit ni carrera de la historia de las Series Mundiales y no sólo eso, sino el único juego perfecto hasta hoy. Después de que Larsen ponchó a Dale Mitchell para finalizar el juego, el catcher Yogi Berra saltó lleno de júbilo a los brazos de su pitcher. Instantes después ya en el club house, un reportero le preguntó a Larsen que si era el mejor juego que había lanzado en su carrera, seguramente era un reportero de la sección de sociales o policiaca, pero no de béisbol. Don Larsen dijo después del juego: “Justo antes de que hiciera el último lanzamiento a Mitchell, me dije a mí mismo: “Bueno, aquí no ha pasado nada”. Así como Bob Lemon jugó para los Naranjeros de Hermosillo, Whitey Ford para los Venados de Mazatlán, Tony Oliva para los Cañeros de Los Mochis, Rickey Henderson para Mayos de Navojoa y tantas otras estrellas de Grandes Ligas, al igual que Dave Winfield, Don Larsen los hizo para Ciudad Obregón.

Cuando Babe Ruth, Hank Greenberg y Jimmy Foxx, enviaban las pelotas afuera del parque por sobre las bardas, no había habido intentos por medir lo largo de los batazos, quizás a nadie se le había ocurrido tal cosa. El 17 de abril de 1953, se escucharon las palabras: “¡midan ese batazo!”.
Esa tarde en el estadio Griffith de Washington, el joven jardinero central de los Yankees y de sólo 20 años de edad, Mickey Charles Mantle, sumó esa expresión al lenguaje del béisbol con un swing de su bat.
Enfrentando al lanzador zurdo de los Senadores de Washington, Chuck Stobbs, en la primera parte del quinto inning, el ambidiestro Mantle se presentó a batear por el lado derecho y rascó un poco de tierra en la caja de bateo. No le tiró al primer lanzamiento, pero al segundo, se abalanzó sobre la pelota y conectó tremendo batazo a la parte más alta del lado izquierdo-central del parque, clareó el graderío, voló por arriba de un anuncio de cerveza en la parte alta de la vieja pizarra de fútbol (aproximadamente a 460 pies de home) y desapareció de la vista de la escasa asistencia de 4 206 aficionados esa tarde. Pero un hombre allí presente, pensó y actuó con rapidez, el director de relaciones públicas de los Yankees, Arthur “Red” Patterson, salió corriendo de la sala de prensa y se dirigió a la calle en donde vio a un niño de 10 años de edad con una pelota en la mano, le preguntó que si en dónde la había encontrado, el niño lo llevó a un patio en una calle adyacente, Patterson midió 105 pies desde la base de la barda atrás de las gradas. El cálculo final fue que el batazo de Mantle había sido de 565 pies y así fue reportado al día siguiente en los periódicos. La medida de los home runs había nacido. Cuando niño vi uno de Héctor Espino en el campo de béisbol de Ensenada en donde la pelota fue a dar a la parte central del techo del gimnasio municipal que se encuentra atrás de la barda del jardín izquierdo, presencié uno de Dave Kingman en el estadio de los Dodgers, la pelota pasó sobre las palmeras atrás del jardín izquierdo, yéndose la pelota afuera del estadio, fue en una práctica de bateo un día antes del juego de estrellas de ese año, le escuché a Jaime Jarrín decir que Willie Stargell era el único pelotero en haber enviado una pelota afuera de ese estadio. El batazo fue por el jardín derecho, en juego regular.

Ronnie Camacho hubiera pegado uno de esas características, de no haber sido por un pato que en esos momentos volaba por lo alto del jardín central en el estadio Estrellas Empalmenses en 1963, quizás el pato se creyó Marcelo Juárez y quiso atrapar la pelota, pero la pifió y ésta fue a caer entre la segunda base y el jardín central para que con apuros Ronnie llegara barrido a segunda base para un doblete cortesía de esta valiente y desafortunada ave.
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