LOS OLVIDOS

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ESTRELLAS DEL BÉISBOL
LOS OLVIDOS
Por Héctor Barrios Fernández

Hace algunos años, perteneciendo ya al Magisterio, recuerdo que al siguiente día tenía que llevar a la escuela algunos objetos importantes para desarrollar e ilustrar mi clase y ser más objetivo con mis alumnos.
Así que reconociéndome distraído y algunas veces olvidadizo, puse todos los objetos en una cajita de cartón y la dejé justo al pie de la puerta principal para que, a la mañana siguiente poder verlos al salir rumbo al trabajo y así no olvidarlos.
Sucedió que a la mañana siguiente, al salir de casa, me tropiezo con una cajita de cartón que tenía algunos objetos adentro, poco molesto la hago a un lado con el pie y pregunto en voz alta: “¿quién olvidó y dejó esta caja tirada aquí?” Al llegar al trabajo, recordé que tenía que haber llevado esa cajita con material didáctico que había preparado la noche anterior.
Ese día tuve que improvisar por varias horas y no sabe Usted cuán largo y tedioso se hace el tiempo tratando de improvisar ante 30 o 40 inquietos alumnos.
Cuántas veces sucede que en esta vida moderna en que las mujeres salen de casa a trabajar y para adelantar un poquito las tareas de casa, se levantan más temprano y ponen los frijoles a cocinar, al estar en su trabajo, tratan de recordar si le apagaron a la estufa o quedó prendida y eso se convierte en motivo de gran preocupación.
Los que son o han sido profesores de Jardín de Niños o Primaria, me darán la razón.
Muchas veces te tienes que quedar tiempo extra en el centro escolar, por supuesto sin el respectivo pago, todo porque a un Padre de Familia se le “olvidó” pasar por su hijo (a).
Para que después de recibir la respectiva llamada de atención diga: “el maldito viejo” me regañó por el olvido y luego como dicen: lo de maldito no me importaba, lo de viejo si me dolía.
Y así nos podríamos pasar el día con este tipo de experiencias, pero veamos lo que le pasó al jugador de Grandes Ligas, Babe Herman.

Floyd Caves Herman o mejor conocido como Babe Herman, jugó 13 temporadas en Grandes Ligas.
Se inició con los Robins de Brooklyn, hoy Dodgers, luego pasó a los Rojos de Cincinnati y posteriormente a otros equipos y terminó su carrera con el equipo de Brooklyn pero ya con el nombre de Dodgers.
Se desempeñó como jardinero derecho y primera base, conectó 1818 hits en su carrera y dejó un promedio de bateo de .324.
Pues bien, el 27 de abril de 1932, después de ganarle a los visitantes Cardenales de San Luis por anotación de 6-4, los compañeros de Babe Herman, dejaron el parque de pelota y en él la satisfacción y el sabor del triunfo, pero Herman dejó algo mucho más valioso e importante.
Por supuesto que Herman no lo hizo intencionalmente.
Él se olvidó completamente de su hijo de 7 años de edad.

Aproximadamente seis semanas después de que Herman había sido cambiado por los Dodgers de Brooklyn a los Rojos, el jardinero derecho estaba a cargo de su hijo Bobby en Cincinnati, mientras su esposa estaba en Brooklyn atendiendo a su hijo Danny de dos años quien estaba enfermo.
Para el juego contra los Cardenales, Herman llevó a su hijo al Crosley Field, que era el parque de los Rojos, le asignó su asiento y le arrimó buena cantidad de alimentos y le dijo: “espérame aquí, regresaré por ti después del juego”.
Con su hijo echándole porras desde las gradas, Herman como era su costumbre, tuvo un gran juego.
Conectó dos sencillos y un doblete, produjo una carrera, anotó otra y se robó una base.
Después de todo eso, tomó un merecido baño, se rasuró y se vistió, mientras mentalmente repasaba sus hits conectados.
Todavía por las nubes, Herman le pidió un aventón a su casa a su manejador Dan Howley.

Mientras tanto, Bobby, obedientemente hizo lo que se le había ordenado y permaneció afuera del estadio, esperando a su papá que no aparecía por ningún lado.
Cuando Herman casi llegaba a casa, Howley con cara de asustado lo volteó a ver y le dijo:
¡Qué bárbaros, dejamos al niño!
Telefonearon al parque y Herman se sintió aliviado al saber que la secretaria del equipo había encontrado a Bobby y lo estaba llevando a casa.
Años después, Herman recordaba con una risita nerviosa:
“Creo que tuve muchas cosas en mi mente ese día”.
Si le digo, de que los habemos, los habemos.
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