EL TÍO FELIPE

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ESTRELLAS DEL BÉISBOL
EL TÍO FELIPE
Por Héctor Barrios Fernández

En memoria de:
Felipe González Mora.

Basado en hechos de la vida real.

Desconozco muchos detalles de su vida, solamente sé que vio la luz primera en el entonces Distrito Federal, hoy ciudad de México.
Desde muy temprana edad tuvo que aprender a ganarse la vida al lado de su señora madre, sus hermanos y hermanas, siempre a base de disciplina, dedicación, trabajo y esfuerzo, en el a veces difícil entorno de la capital mexicana, como suele suceder en las grandes ciudades.

Desde muy joven, en compañía de su familia, buscando mejores condiciones de vida, emigró con rumbo a la frontera norte, a la ciudad de Tijuana, Baja California, en donde la situación no era tampoco la deseada.
Allí encontró al amor de su vida, mi tía Petra.
Los dos se trazaron una meta y comenzaron a abrirse camino, siempre apostándole al trabajo.

Un año de la segunda parte de la década de los 1960s, mi madre nos dijo: “Prepárense porque nos vamos a Tijuana a pasar unos días con los tíos Felipe y Petra”.
Es el primer recuerdo que tengo de él.
Bajito de estatura, de caminar rapidito, tipo Cantinflas, daba la impresión de ver a una de esas personas que “no calientan lugar”, si me permiten la expresión, “folklórico”.

Lo recuerdo muy concentrado, frente a una máquina de coser haciendo trabajos de tapicería, en compañía de su esposa.
Desarrollado y criado en un ambiente “difícil”, claro que las “mentadas de madre” y los “cabrones”, “chingones” y demás, no podían faltar.

Si Usted tiene el concepto que tengo al respecto, entonces pensará que las llamadas “groserías” están más en quien las escucha y las interpreta que en quien las pronuncia y las dirige.
Muchas veces depende del momento, del lugar, a quién y hasta del tono en que se dicen y escuchan y no siempre llevan la intención de ofender.

Así era el tío Felipe, juguetón, dicharachero, bromista, tanto para dar como para recibir.
Lo mismo reía si decía o le decían.
Además su risa era contagiosa, tenía ese “don”.
Dicen los que saben que dos de las palabras más usadas en nuestro bello y vasto idioma español son: “madre y pedo”.
¿Qué significado tienen esas palabras?
Todo depende de: cómo, cuándo y a quién se las digas y cómo el escucha las quiera interpretar.

Un buen día Felipe y Petra decidieron ya no pensarla más.
Subieron lo más indispensable a su auto y en compañía de unos amigos, se fueron con rumbo norte, a Los Angeles, Calif.
Aunque entre él y yo, la diferencia de edades era considerable, en varias ocasiones me confió:

“No pos ira carnal, esos primeros días en Los Angeles fueron rete gachos, comíamos y dormíamos en donde se podía, generalmente en el carro”.

A base de sangre, sudor y lágrimas, sacrificio y carencias, poco a poco, Felipe y Petra se fueron abriendo camino en el país del norte, además lo hicieron en calidad de indocumentados, en esos tiempos difícilmente era de otra manera.
Con el tiempo consiguieron la ciudadanía del vecino país.
Aproximadamente a mis trece años de edad, mi madre nos tramitó pasaportes para cruzar al “otro lado”.
Una mañana nos dice a mi hermana y a mí: “alístense, porque vamos de visita unos días a Los Angeles”.
Y si las mamás decían eso, había que hacer caso.

Por fin llegamos después de un largo viaje desde Ensenada.
A la mañana siguiente veo que en una de las paredes de la casa, colgaba un banderín de los Gigantes de San Francisco, al darse cuenta que yo lo miraba con mucho interés, me dice el tío Felipe:
“Oh sí, lo compré en el estadio de los Dodgers para darles la contra a todos los ‘cabrones’ que fuimos al juego y los ‘pinchis’ Gigantes que ganan esa noche con jonrón del Willie Mays, ya te imaginarás.
¿Te gusta? llévatelo te lo regalo.

¿Por cierto, te gusta en béisbol? me preguntó.
Para pronto le contesté afirmativamente.
Nos pusimos los guantes que tenía y comenzamos a lanzar la pelota.
Le conté vida y obra de Walter Alston, Bill Singer, Don Sutton, Andy Kosko, Wes Parker, Bill Sudakis, Ted Sizemore, Maury Wills, Willie Davis, Claude Osteen, Don Drysdale y otros Dodgers de la época, además de Juan Marichal, Willie McCovey y Willie Mays.

Cuando entramos a casa después del ejercicio, le dice a la tía Petra:
“Oye Matty, (así le decía porque según él, Petra no iba con su personalidad) este ‘cabrón chamaco’ sabe más de los Dodgers que yo y no sólo eso, sabe mucho de béisbol.
Y moviendo la cabeza de un lado a otro, remata:
¡Ah chingao, te digo, estos ‘escuincles’ de ahora!”

Ese sábado se lamentó y yo más, de que los Dodgers estuvieran de gira por Pittsburgh.
Con toda la intención y sabiendo ya de mi afición por el juego, camino a Elysian Park, pasamos por la parte trasera de “Dodger Stadium”, y me dice: “mire mi chingón, ese es el estadio de los Dodgers.”.
Los ojos se me pusieron cuadrados al ver aquello, todo el graderío del estadio allá al fondo.
Esa tarde no fuimos a ningún juego, pero con eso era suficiente para mí, había conocido el estadio de los Dodgers.

Al día siguiente, domingo 11 de mayo de 1969, (lo he comentado muchas veces) Día de las Madres en los Estados Unidos, el tío Felipe dice:
“Véngase mi ‘chingón’ (palabra preferida) súbanse todos al carro, puesto que los Dodgers no están en casa, vámonos a los Serafines”.
Fue mi debut (como aficionado) en Grandes Ligas.
Los Medias Rojas de Boston con Vicente “Huevo” Romo al relevo y los California Angels (así se llamaban) con Aurelio Rodríguez en tercera y Rubén Amaro en segunda.
Ganaron los de Boston.

Las pequeñas vacaciones terminaron y felices regresamos a casa para finalizar el ciclo escolar.
Pasaron los años y con mi esposa e hijos volvimos muchas veces a Los Angeles y en muchas ocasiones fuimos al juego de los Dodgers.

“No ‘mi chingón’, no compres ‘tickets’ atrás de jardín derecho”, decía.

No le gustaba sentarse en las gradas de los jardines porque allí no vendían ‘cheves’.
Todo era más familiar en esa sección.
Con frecuencia decía:

“Sabes, aquí con los Dodgers es un ambiente muy diferente que cuando pelean el ‘cabrón’ del Olivares, Chucho Castillo o ‘Mantequilla’ en el Forum.

Muchos años han pasado pero el recuerdo queda como si hubiera sido ayer.
El tío Felipe ha partido al cielo, ya está con su querida Matty con quien tantas aventuras y anécdotas compartió.
Seguramente cerveza en mano disfruta viendo manejar desde el cajón de tercera a Walter Alston y en la loma de los disparos a Don Drysdale o Sandy Koufax lanzando una recta al “chingón” del Willie McCovey.
Quizá alentado a Maury Wills a robarse segunda.
Las personas no se van del todo mientras las sigamos recordando.
No me resta más que agradecer que haya hecho posible mi debut como aficionado, en el maravilloso mundo de las Grandes Ligas, el que hasta la fecha sigo muy de cerca cuando me es posible.
Cada vez que asisto a Dodger Stadium o a los California Angels o como se llaman ahora, Los Angeles Angels de Anaheim, allí hay un asiento reservado para él.
Descanse en paz.
Espero sus amables comentarios en: info@beisboldelosbarrios.com