QUE VAYAN A LA HUELGA

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ESTRELLAS DEL BÉISBOL
QUE VAYAN A LA HUELGA
Por Héctor Barrios Fernández

En 1972, Curt Flood había peleado el asunto de la cláusula de reserva, por tres años.
En un principio, la mayoría de la gente estaba desconcertada por su determinación. “Fue muy difícil para los aficionados entender mis problemas con el béisbol.”
La mayoría de los jugadores, ansiosos por mantenerse en sus trabajos, rechazaron testificar en favor de Flood, algunos testificaron pero en contra de él.
Curt encontró que la falta de apoyo de sus compañeros era difícil de perdonar, después de todo, estaba entregando tres temporadas de su carrera como jugador, que podrían haberlo llevado al Salón de la Fama, además era un asunto que en principio afectó a todo jugador dentro del béisbol organizado.

“Mis amigos y mis colegas no se pusieron de pie conmigo, no puedo tener ninguna excusa para ellos, pudimos haber sido muy solidarios, si los superestrellas se hubieran levantado y dicho, “estamos con Curt Flood,” si hubieran caminado hacia la Corte y hubieran hecho sentir su presencia, creo que los dueños habrían entendido el mensaje muy claramente y me habrían dado una oportunidad en este caso.”

Bill Veeck, ya no era dueño de equipo alguno, testificó de parte de Flood.
También lo hizo Hank Greenberg, retirado hace mucho tiempo.
Pero fue Jackie Robinson quien mayormente apoyó a Curt Flood.

“Robinson entró a la sala de la Corte y hubo un gran silencio.
Tenía tal presencia que podías escuchar el ruido de un alfiler cuando caía al suelo. Su cabello era blanco y caminaba con un bastón, pero aún tenía ese estilo por el cual Jackie Robinson era notado.
Testificó en mi favor y dijo un discurso firme que me causó escalofríos que subían y bajaban por mi columna vertebral.”

A pesar de la elocuencia del discurso de Robinson, Flood perdió en la Corte Federal de New York, después perdió de nuevo en la Corte de Apelaciones.
El 6 de junio de 1972, con votación de 5 a 3, la Suprema Corte de los Estados Unidos, falló en su contra.
El béisbol estaba aún exonerado de la ley antimonopolio y la cláusula de reserva permanecía intacta.
Aunque sentenciado por la mayoría, el Juez Harry Blackmun admitió que la continuación de la exención era una aberración.
El presidente del Tribunal Supremo, Warren Burger estuvo de acuerdo, pero buscando disminuir el sentimiento de culpa por una obvia anomalía del Poder Legislativo, también sentenciaron:
“Es tiempo de que el Congreso actúe para resolver este problema.”
Solamente el Juez Thurgood Marshall, explicó su voto en favor de Flood, culpó a quien realmente era culpable, la misma Suprema Corte.

“Como sea, los jugadores deberían haber estado dispuestos a congregarse y reunir fuerzas con otros atletas que han sido grandemente deteriorados por la forma en que esta Corte los ha aislado. Es esta Corte la que los ha hecho impotentes y la Corte debería corregir sus errores.”

Curt Flood, comprensiblemente amargado, se refugió en Europa, su productiva carrera finalizó, pero su caso había llamado la atención nacional sobre la situación de los jugadores, como nada más lo había hecho.
Una encuesta reveló que los aficionados se oponían 8 a 1 a la cláusula de reserva.
El Senador Sam Ervin anunció que iba a dar una revisión al estado que guardaba el manejo de todos los deportes.
“Aún si creyera o no en las solemnes predicciones de los voceros de la industria de los deportes profesionales, me opondría a un sistema que demanda el control arrogante sobre un trabajador asalariado.”
Los nerviosos dueños, temerosos de que la importante cláusula podía aún serles arrebatada, al debilitar su control por el anuncio de que, en adelante cualquier jugador con diez temporadas en Grandes Ligas, incluyendo cinco con su actual equipo, podía vetar cualquier cambio.  
A principios de 1972, por primera vez en la historia del béisbol y de hecho por primera vez en la historia de cualquier deporte en los Estados Unidos, los jugadores de todos los equipos se fueron a la huelga.
Ambos lados parecían deseosos de confrontarse.
Una pequeña pelea debido a la solicitud de los jugadores por el aumento del costo de la vida, fondo de pensiones y otras prestaciones sociales fue la causa, rápidamente esta confrontación, se convirtió en toda una gran lucha por el poder.
Marvin Miller y la Asociación de Jugadores habían ganado dos veces a los dueños en su propio juego, obteniendo victorias en acuerdos básicos en 1967 y en 1969.
Los dueños habían peleado otra vez lo mejor que ellos podían hacerlo, cambiando y despidiendo a dieciséis de veintiséis jugadores quienes eran representantes de los peloteros, cuyos votos les causaron muchos problemas y estaban ahora decididos a no hacer más concesiones.
En marzo, los peloteros votaron 663 a 10, con 2 abstenciones, para irse a la huelga, a menos que los dueños acordaran someterse a un arbitraje.
Cuando los dueños se enteraron de esto, se reunieron y acordaron pelear.
La prensa y los noticieros declaraban:

Claramente para los dueños, el enemigo no son los jugadores, a quienes consideraban meramente ingratos, engañados pero ingratos al fin.
No es sobre unos cuantos miles de dólares, esto es sobre el principio de quién tomará el control de la administración del negocio del béisbol, ellos o Marvin Miller.

“Votamos unánimemente para tomar una postura,” declaró a la prensa Gussie Busch, dueño de los Cardenales de San Luis, después de que el consejo de guerra de los dueños había sesionado. “¡No vamos a darles ni un centavo más! Si quieren huelga, pues que se vayan a la huelga.”
Los peloteros se fueron a la huelga, comenzando el primero de abril, “el día más oscuro en la historia del deporte,” según se opinó.
La prensa, simpatizaba más con los dueños que con los empleados.
Dick Young acusó a Marvin Miller de lavar el cerebro de los jugadores, convirtiéndolos en “zombis.”
“Primero los jugadores quisieron una hamburguesa y los dueños les dieron una hamburguesa, después pidieron filete mignon y luego la vaca completa con todo y pastura,” dijo Rip Sewell, quien fuera jugador de los Piratas de Pittsburgh y que había ayudado a romper con el propósito de su equipo de irse a una huelga en 1946, fue recompensado con un reloj de oro por la gerencia del equipo por su lealtad.
Conforme los días pasaron, Miller comenzó a preocuparse de que una seria división entre los jugadores apareciera.
Willie Mays, normalmente cauteloso en temas controversiales, lo ayudó a mantenerse firme en la línea de pelea.
La temporada de 1972 era la número 21 para Mays en las Ligas Mayores y posiblemente su última, pero en una reunión con los dueños se mantuvo firme del lado de sus jóvenes colegas.

“Yo sé que es difícil estar lejos del juego y de nuestros cheques de pago y nuestra vida normal, amo este juego, ha sido mi vida completa, pero hemos hecho una decisión para mantenernos unidos hasta que seamos satisfechos en nuestras demandas, tenemos que permanecer juntos, este podría ser mi último año en el béisbol y si la huelga dura la temporada entera y he jugado mi último juego, bueno, esto será doloroso, pero si nosotros no permanecemos juntos, todo por lo que hemos trabajado, se perderá.”
Dijo Willie Mays.

Al final fueron los dueños y no los jugadores quienes se contradecían entre ellos.
Los Filis, Medias Blancas y Piratas comenzaron a permitir que los jugadores en huelga, trabajaran en sus campos de entrenamiento.
Cuando al dueño de Chicago, Arthur Allyn, le ordenaron los otros dueños que detuviera eso, él, muy enojado respondió:
“¡Nadie va a decirme qué hacer con mi equipo!”
Los dueños finalmente estuvieron de acuerdo exactamente con la misma propuesta que Marvin Miller les había hecho antes que la huelga comenzara, entonces obstaculizaron de nuevo cuando los jugadores no estuvieron de acuerdo en realizar, sin ser pagados, todos los juegos que se habían perdido por la huelga.
Finalmente, ambos lados acordaron que los juegos no serían reemplazados, los dueños absorberían la pérdida potencial de ganancias de los juegos perdidos y los jugadores sacrificarían el porcentaje de sus salarios que ellos hubieran ganado en el tiempo que duró la huelga.
La huelga terminó después de trece días.
Ochenta y seis juegos habían sido cancelados.
Fue una clara victoria para los jugadores y sus negociadores, pero los Medias Rojas, fueron los grandes perdedores, jugaron sólo 155 juegos en la temporada que fue acortada, mientras Detroit tuvo 156 y ganó el título de la división por medio juego.
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